jueves, 19 de abril de 2018

EL SILENCIO, COMPAÑERO DE CAMINO


La primera noche tras haber cenado en el Hotel, nos vestimos, con tanta ropa  que parecíamos 44 representaciones distintas del Muñeco Michelín, con la intención de asistir a la Procesión de Las Antorchas, pero fue misión fallida, y no era culpa del frío, sino del viento que movía a la lluvia a su antojo; y es que, obviamente, que cayéramos todos enfermos el primer día no iba a ser nada simpático.

Decidimos probar al día siguiente, o al otro, a ver si por casualidad el viento decidía darnos una tregua.

Bingoo!!!El Segundo día decidimos, contra lluvia y marea, hacer esa procesión, con nuestras velas, paraguas, abrigos y todos cerquitas, no fuera a ser que nos perdiéramos en medio de la noche en un pueblo prácticamente nuevo para nosotros, y es que nuestro sentido de la orientación dejaba mucho que desear.

Decidimos salir después de la cena, más o menos sobre las nueve y media de la noche, pero...¡¿cómo no?! Nuestro amigo el viento decidió aparecer al rato de haber comenzado a caminar, así que nos frustramos (sin saber que no valdría de nada porque nos acompañaría durante los siete días del viaje, como un miembro más del grupo). Lo que empezó siendo un airecillo terminó en una brisa que rompió paraguas e hizo volar, incluso, a alguna que otra bufanda; pero sin tener otra posibilidad, continuamos caminando, hasta tres personas bajo un paraguas, y otras que, aunque llevaran capuchas, llegaron al techo de la basílica empapados, de tal manera que el típico vaquero claro acabó en un tono azul marino. Justo en ese momento cesó tanto el viento como la lluvia (qué casualidad!!!), así que empezamos a descender las escaleras para ver si podíamos pillar algunos sitios bajo la capilla de la Virgen de Fátima. Y efectivamente, logramos llegar y ponernos bajo techo por si volvía la lluvia y el viento, unos al lado de otros, así que empezamos a encender cada uno nuestras velas gracias a las personas que ya tenían la suya preparada para el rezo del rosario, y es que daba igual si no hablabas su idioma, porque esa noche no importaba nada, solo el silencio y la paz que en ese lugar había.

Todos súper juntitos, empezamos el rosario, cosa que se hacía en Español, Italiano, Portugués e Inglés, entre otros idiomas, porque había gente de todas partes, tanto era así que te podías encontrar a asiáticos y a americanos, todos bajo un mismo techo, el de esa pequeña capilla.

Se terminó el rosario, y se le pidió a unos chicos del grupo, si podían cargar a la Virgen durante la procesión, cosa a la que aceptaron sin dudarlo. Todo se iluminaba por las velas, nada más, solo la Virgen, las personas y la luz.... Solo fue una simple vuelta a la plaza de Fátima, pero te daba tiempo a pensar, pensar sobre todo, sobre ti, sobre los demás, sobre cómo hacer las cosas...era un momento en el que el silencio servía para mucho.

Al acabar, la mayoría se fue a quemar su vela, había que pedir primero, y luego dejabas que se consumiera junto a las demás, yo, personalmente, tardé en ir a quemarla. Me quedé en un banco con dos amigas, y no sé si fue por pensar en mis abuelos que tengo y que no los veo hace mucho tiempo, o por pensar que por circunstancias ajenas a mí, o porque tengo a mi familia lejos, o por pensar en las personas que sé que darían la vida por estar en ese momento en esa plaza, o por pensar en cómo están las cosas hoy en día, o porque siemplemente tenía ganas de llorar y me estaban abrazando, pero terminé con lágrimas en los ojos.... En realidad no sé si lloré de tristeza, pero lo que sí sé, es que más tarde me sentí aliviada, como que necesitaba ese momento de derrumbe (y ganas de que me abrazaran y no me soltaran, cosa que es extraño en mí), y menos mal que las tenía, mis amigas, estaban ahí conmigo, sosteniéndome; en ese justo momento me di cuenta de las personas que me conocen de tal manera, que siendo yo un poco arisca, saben cuándo necesito un abrazo sin yo pedirlo.

En resumen, esa noche mereció la pena, tanto mojarnos, como las risas por el camino por culpa de que los paraguas rompieran, porque no hay nada como recapacitar y pensar.

¿Que si recomiendo ir a esa Procesión en concreto? Pues sí, con el clima de tranquilidad, el silencio y la paz que hay, te das cuenta de muchas cosas, piensas en todo, reflexionas sobre las personas que te rodean, cómo haces las cosas, si normalmente actúas bien... etc., pero sobre todo te haces una pequeña y rápida introspección, cosa que creo que es muy importante, observar y meditar nuestras conductas y estados de ánimos por los que pasamos muchas veces, sobre todo aquellas a las que no sabemos a qué se deben. Al fin y al cabo, este momento fue una experiencia más que me sirvió para mucho, y es que la vida se compone de ellas no?? De las experiencias por las que uno va pasando, y de las cuales siempre te quedan los mejores recuerdos.

                                                                                                                                           Vero